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Llanto de Enero

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Hermana mayor tenía un mes, sería fines de Diciembre o principio de año.  Nos invitaron a un asado de sábado al mediodía. Estaba el miedo al viaje, la tolerancia al huevito. Un bolso repleto de “por las dudas”. Preguntas a B: ¿llevamos el cochecito? También era una presentación, amigos que todavía no la conocían. Iba lista a contar nuestro hermoso parto, su prendida a la teta, su aumento de peso, el “como zafamos” de la bilirrubina y la lámpara. Todos relatos de éxito, de triunfo. Hija mayor (que era única en aquel entonces) empezó a llorar un poco más de lo normal. ¿Le duele la panza? pregunta la dueña de casa – madre experta de niño de 2 años – No sé, contesté e inmediatamente le metí la teta en la boca. No quería chupar, corrió la cara. Seguía el llanto. Probé dudosa unos masajes en la panza, mano temblorosa, movimientos torpes.  ¿Será sueño? intervino el padre – ya retirado de la urgencia del puerperio.  Busqué en mi bolso lleno de “por las dudas” el fular prearmado importa